Publicado por Diario de Navarra.
Actualizada 11/02/2013 a las 08:18
GUA PARA EL TRATAMIENTO Al llegar a Olite, la conductora avisó de que era el momento de beber agua, algo beneficioso para algunos tratamientos.. NURIA G. LANDA
I GNACIO, Mariví, Cándida, Jesús, Santiago, Higinio... Quizás son nombres que no les suenen de nada, pero bien podrían ser familiares, amigos o conocidos que, como miles de personas en este país, luchan con fuerza e ilusión para superar una enfermedad como el cáncer.
Pero todos esos nombres tienen otra cosa en común. Son usuarios del conocido como Autobús de la Vida, puesto en marcha en 2009 y que, gestionado por Cruz Roja, traslada a Pamplona a pacientes riberos para recibir tratamientos que no se prestan en el Reina Sofía, acudir a consultas o a sesiones de rehabilitación.
Esta semana se ha asegurado su continuidad para todo 2013 con sus dos viajes diarios y gratuitos, gracias a la aportación de 35.000 euros de la Mancomunidad de la Ribera y después de que el Gobierno de Navarra se negara a pagar todo el servicio como hasta ahora, reduciendo su aportación de 100.000 a 45.000 euros.
Diario de Navarra acompañó a los usuarios en uno de estos viajes. Fue el martes, cuando todavía no estaba confirmado el mantenimiento del servicio, algo que tenía en vilo a los afectados, pero que por fin se ha solucionado.
Un recorrido que se convierte en toda una experiencia, en el que las lágrimas que asoman en alguna cara quedan enseguida ocultas por las sonrisas. Y donde el apoyo, el intercambio de experiencias, o una simple palmada en la espalda se convierten en la mejor terapia.
Puntual a su cita, el autobús aparca a las dos de la tarde en el hospital de Tudela con su conductora al volante. Con una sonrisa permanente dibujada en su cara, va saludando uno a uno a los siete usuarios.
Las bromas no se hacen esperar y el primero en romper el hielo es el fustiñanero Ignacio Bozal Morales, que afrontaba su última sesión de radioterapia antes de ser operado de un tumor de próstata. "Es la alegría del autobús. Si no fuera por él... Lo vamos a echar de menos", decía sobre él otra usuaria. Y es que Ignacio es, como se suele decir, la alegría de la huerta.
Ignacio cuenta su caso con sorprendente naturalidad. "El cáncer es como tener anginas, pero en otro sitio. Para 4 días que estamos aquí no nos vamos a amargar", asegura, al tiempo que destaca que este autobús ha sido para él la "salvación". "Al principio subía con mi coche y me costaba 50 euros cada día entre gasolina, autopista, parking... Cobro poco más de 1.000 euros al mes, y mi tratamiento es de 40 días. Usted me dirá", explica.
Pero no todos llevan la situación con la misma alegría. Cándida Loperena Gárate, de 62 años y que afronta 37 sesiones de radioterapia, reconoce que "está siempre nerviosa". El martes era su segundo viaje en el autobús. "Yo no tengo su alegría. Cada uno es como es, pero ir con gente que está pasando lo mismo ayuda mucho. Basta que tenemos esta enfermedad (tumor en la nariz), veo bien que nos ayuden con este servicio. Es estupendo", explica, al tiempo que añade que si no existiera no sabría qué hacer.
"¡Preparad el whisky!"
El autobús llega a la altura de Olite y Mariví, la conductora, cumple con lo que ya es una tradición. "¡Preparad el whisky!", grita.
Obedientes, buena parte de los usuarios sacan una botella que, obviamente, no lleva whisky, sino agua. "Lo recomiendan sobre todo para tumores de próstata, porque es bueno para el tratamiento", explica la conductora
Las charlas con los viajeros continúan y la mayoría dejan claro que el peor momento que han pasado fue cuando el médico les dijo que tenían cáncer. Como en el caso de la arguedana María Victoria Gárate Donoso, de 62 años. "Se me cayó el mundo encima. Me eché a llorar, no veía ni la puerta de la consulta. No me lo esperaba", explica, al mismo tiempo que reconoce que, para ella, la palabra cáncer es "horrible". "No me gusta pronunciarla", añade.
Pero, al mismo tiempo, su alegría transmite optimismo. "Me cogieron a tiempo, la operación fue muy bien y ahora estoy más tranquila", explica, antes de recalcar lo importante de este servicio para ellos. "Es una terapia más. Primero llegas a algo desconocido, pero enseguida conoces a la gente, hablas, te ayudas, ríes... No entiendo cómo alguien puede pensar en quitar eso con el poco dinero que supone", afirma.
Algo parecido le ocurrió a Jesús Lostado, de Cortes y 72 años, con cáncer de próstata. "Recibí la noticia muy mal. Te dicen que no es nada, que te vas a curar, pero he estado fatal. He perdido 4 o 5 kilos", señala. Pero le cambia la cara cuando habla del autobús. "Es una maravilla. Si no estuviera no sé qué hubiera hecho. Venimos acompañados y hay días que empezamos con los chistes y es un cachondeo. El ambiente nos ayuda muchísimo. Casi no te acuerdas ni a que vas a Pamplona. Compartimos todo y nos tranquilizamos entre nosotros. Yo le pongo un 10 y porque no puedo un 11".
Su compañero, el corellano Jesús Ayala Mateo, también con cáncer de próstata, no quería dejar pasar la ocasión de opinar sobre el autobús. "Hay un ambiente muy bueno. Dejas de pensar en la enfermedad, nos ayudamos, y los compañeros te tranquilizan si te ven mal. Además, el autobús se adapta a lo que nos pasa y si hay que parar, se para", apunta.
Una hora y cuarto después de salir, a las 15.15 horas, el autobús aparca en la puerta del Complejo Hospitalario, donde ya les esperan para el tratamiento. Tras una hora, los usuarios empiezan a aparecer por la puerta, aunque uno va con retraso. No hay problema, el autobús se adapta a las necesidades de cada usuario y se le espera hasta que haya terminado, algo impensable en una línea regular.
A los 7 usuarios se suman otros cuatro, dos pacientes y sus dos acompañantes, que habían hecho el viaje por la mañana pero tenían que volver por la tarde.
Una vez que todos han terminado, suben al autobús y el ambiente, aunque se pueda esperar que tras el tratamiento podía estar más apagado, se dispara. Primero, la conductora saca un collar y una trompeta y se los da a Ignacio Bozal para celebrar que ha terminado el tratamiento y es su último viaje. "Tu mujer va a pensar que vienes de fiesta y no del tratamiento", bromean los demás. A partir de ahí, es un sin parar. Ignacio empieza a repartir bombones entre todos. "¡El bombón no engorda, engorda el que se lo come!", chilla mientras el resto le canta Es un muchacho excelente.
El autobús tiene que hacer otra parada. A uno de los viajeros no le ha sentado muy bien el tratamiento y necesita ir al servicio. Se detiene en el área de servicio de Valtierra dando muestras de nuevo de la adaptabilidad del transporte a las circunstancias de cada uno.
El bus retoma viaje, pero queda el plato fuerte. Cuando alguien termina tratamiento, como Ignacio, la chofer pone la misma canción: Volver a empezar, de Pablo Alborán. Todos cantan, levantan los brazos, aplauden... Se nota que le van a echar de menos. El viaje termina. Alguno, con lágrimas en los ojos, dice: "Este autobús no lo pueden quitar, no pueden". Luego se despiden. Es un hasta luego porque volverán a encontrarse en ese autobús que, como bien se denomina, irradia VIDA.
Pero todos esos nombres tienen otra cosa en común. Son usuarios del conocido como Autobús de la Vida, puesto en marcha en 2009 y que, gestionado por Cruz Roja, traslada a Pamplona a pacientes riberos para recibir tratamientos que no se prestan en el Reina Sofía, acudir a consultas o a sesiones de rehabilitación.
Esta semana se ha asegurado su continuidad para todo 2013 con sus dos viajes diarios y gratuitos, gracias a la aportación de 35.000 euros de la Mancomunidad de la Ribera y después de que el Gobierno de Navarra se negara a pagar todo el servicio como hasta ahora, reduciendo su aportación de 100.000 a 45.000 euros.
Diario de Navarra acompañó a los usuarios en uno de estos viajes. Fue el martes, cuando todavía no estaba confirmado el mantenimiento del servicio, algo que tenía en vilo a los afectados, pero que por fin se ha solucionado.
Un recorrido que se convierte en toda una experiencia, en el que las lágrimas que asoman en alguna cara quedan enseguida ocultas por las sonrisas. Y donde el apoyo, el intercambio de experiencias, o una simple palmada en la espalda se convierten en la mejor terapia.
Puntual a su cita, el autobús aparca a las dos de la tarde en el hospital de Tudela con su conductora al volante. Con una sonrisa permanente dibujada en su cara, va saludando uno a uno a los siete usuarios.
Las bromas no se hacen esperar y el primero en romper el hielo es el fustiñanero Ignacio Bozal Morales, que afrontaba su última sesión de radioterapia antes de ser operado de un tumor de próstata. "Es la alegría del autobús. Si no fuera por él... Lo vamos a echar de menos", decía sobre él otra usuaria. Y es que Ignacio es, como se suele decir, la alegría de la huerta.
Ignacio cuenta su caso con sorprendente naturalidad. "El cáncer es como tener anginas, pero en otro sitio. Para 4 días que estamos aquí no nos vamos a amargar", asegura, al tiempo que destaca que este autobús ha sido para él la "salvación". "Al principio subía con mi coche y me costaba 50 euros cada día entre gasolina, autopista, parking... Cobro poco más de 1.000 euros al mes, y mi tratamiento es de 40 días. Usted me dirá", explica.
Pero no todos llevan la situación con la misma alegría. Cándida Loperena Gárate, de 62 años y que afronta 37 sesiones de radioterapia, reconoce que "está siempre nerviosa". El martes era su segundo viaje en el autobús. "Yo no tengo su alegría. Cada uno es como es, pero ir con gente que está pasando lo mismo ayuda mucho. Basta que tenemos esta enfermedad (tumor en la nariz), veo bien que nos ayuden con este servicio. Es estupendo", explica, al tiempo que añade que si no existiera no sabría qué hacer.
"¡Preparad el whisky!"
El autobús llega a la altura de Olite y Mariví, la conductora, cumple con lo que ya es una tradición. "¡Preparad el whisky!", grita.
Obedientes, buena parte de los usuarios sacan una botella que, obviamente, no lleva whisky, sino agua. "Lo recomiendan sobre todo para tumores de próstata, porque es bueno para el tratamiento", explica la conductora
Las charlas con los viajeros continúan y la mayoría dejan claro que el peor momento que han pasado fue cuando el médico les dijo que tenían cáncer. Como en el caso de la arguedana María Victoria Gárate Donoso, de 62 años. "Se me cayó el mundo encima. Me eché a llorar, no veía ni la puerta de la consulta. No me lo esperaba", explica, al mismo tiempo que reconoce que, para ella, la palabra cáncer es "horrible". "No me gusta pronunciarla", añade.
Pero, al mismo tiempo, su alegría transmite optimismo. "Me cogieron a tiempo, la operación fue muy bien y ahora estoy más tranquila", explica, antes de recalcar lo importante de este servicio para ellos. "Es una terapia más. Primero llegas a algo desconocido, pero enseguida conoces a la gente, hablas, te ayudas, ríes... No entiendo cómo alguien puede pensar en quitar eso con el poco dinero que supone", afirma.
Algo parecido le ocurrió a Jesús Lostado, de Cortes y 72 años, con cáncer de próstata. "Recibí la noticia muy mal. Te dicen que no es nada, que te vas a curar, pero he estado fatal. He perdido 4 o 5 kilos", señala. Pero le cambia la cara cuando habla del autobús. "Es una maravilla. Si no estuviera no sé qué hubiera hecho. Venimos acompañados y hay días que empezamos con los chistes y es un cachondeo. El ambiente nos ayuda muchísimo. Casi no te acuerdas ni a que vas a Pamplona. Compartimos todo y nos tranquilizamos entre nosotros. Yo le pongo un 10 y porque no puedo un 11".
Su compañero, el corellano Jesús Ayala Mateo, también con cáncer de próstata, no quería dejar pasar la ocasión de opinar sobre el autobús. "Hay un ambiente muy bueno. Dejas de pensar en la enfermedad, nos ayudamos, y los compañeros te tranquilizan si te ven mal. Además, el autobús se adapta a lo que nos pasa y si hay que parar, se para", apunta.
Una hora y cuarto después de salir, a las 15.15 horas, el autobús aparca en la puerta del Complejo Hospitalario, donde ya les esperan para el tratamiento. Tras una hora, los usuarios empiezan a aparecer por la puerta, aunque uno va con retraso. No hay problema, el autobús se adapta a las necesidades de cada usuario y se le espera hasta que haya terminado, algo impensable en una línea regular.
A los 7 usuarios se suman otros cuatro, dos pacientes y sus dos acompañantes, que habían hecho el viaje por la mañana pero tenían que volver por la tarde.
Una vez que todos han terminado, suben al autobús y el ambiente, aunque se pueda esperar que tras el tratamiento podía estar más apagado, se dispara. Primero, la conductora saca un collar y una trompeta y se los da a Ignacio Bozal para celebrar que ha terminado el tratamiento y es su último viaje. "Tu mujer va a pensar que vienes de fiesta y no del tratamiento", bromean los demás. A partir de ahí, es un sin parar. Ignacio empieza a repartir bombones entre todos. "¡El bombón no engorda, engorda el que se lo come!", chilla mientras el resto le canta Es un muchacho excelente.
El autobús tiene que hacer otra parada. A uno de los viajeros no le ha sentado muy bien el tratamiento y necesita ir al servicio. Se detiene en el área de servicio de Valtierra dando muestras de nuevo de la adaptabilidad del transporte a las circunstancias de cada uno.
El bus retoma viaje, pero queda el plato fuerte. Cuando alguien termina tratamiento, como Ignacio, la chofer pone la misma canción: Volver a empezar, de Pablo Alborán. Todos cantan, levantan los brazos, aplauden... Se nota que le van a echar de menos. El viaje termina. Alguno, con lágrimas en los ojos, dice: "Este autobús no lo pueden quitar, no pueden". Luego se despiden. Es un hasta luego porque volverán a encontrarse en ese autobús que, como bien se denomina, irradia VIDA.